Las almas gemelas

Leyenda

Hace mucho Dios creó el todo, y lo llenó de vida… Del mismo modo, nos creó a nosotros y a través de nosotros, hizo gemelas todas las almas…

Cuenta la leyenda que cuando Dios creó al hombre, sintió la necesidad de darle algo más que inteligencia y por eso le otorgó el don de los sentimientos… pero como la vida es complicada y lo fue desde siempre… Él le dio al alma una forma circular como la de una esfera y luego la dividió en dos partes, colocando cada parte en un cuerpo diferente. El hombre es el Yang y la mujer es el Ying, dos partes de un mismo todo, dividido en porciones masculina y femenina…

De este modo, desde los griegos el mito del “Andrógino” es fuerte. Éste, que más que ser hombre (andros) y mujer (gyno), como la gente piensa en general, es ser uno solo. Andrógino es el ser casi perfecto porque, así como los dioses, él contiene en sí mismo todas las oposiciones, él se basta a sí mismo y, completo y fecundo, se da a luz a sí mismo…

Sin embargo, aunque nacemos en cuerpos, escenarios y vivimos experiencias diferentes, la unión de nuestras almas no terminará jamás y a través de muchas reencarnaciones estaremos juntos, reencontrándonos y evolucionando… porque juntas, ambas polaridades forman una sola…

De este modo, partidos a la mitad, nos transformamos en dos y aprendemos a sentir nostalgia. Esa es la razón de esa búsqueda sin fin del abrazo lo que nos hará sentir de nuevo y una vez más, aunque sea sólo por algunos momentos, la emoción de la plenitud que perdimos un día, hace mucho tiempo.

Existen variados epítetos para definir a las almas gemelas: Compañeros de alma, amigos del alma, esencias gemelas, cómplices del alma, almas paralelas o semejantes, almas compañeras o afines, etc.

-.-.- “Lazos de Amor”… Bryan Weiss

>> Hay alguien especial para cada uno de nosotros. A menudo, nos están destinados dos, tres y hasta cuatro seres. Pertenecen a distintas generaciones y viajan a través de los mares, del tiempo y de las inmensidades celestiales para encontrarse de nuevo con nosotros. Proceden del otro lado, del cielo. Su aspecto es diferente, pero nuestro corazón los reconoce, porque los ha amado en los desiertos de Egipto iluminados por la luna y en las antiguas llanuras de Mongolia. Con ellos hemos cabalgado en remotos ejércitos de guerreros y convivido en las cuevas cubiertas de arena de la Antigüedad. Estamos unidos a ellos por los vínculos de la eternidad y nunca nos abandonarán.

Es posible que nuestra mente diga: «Yo no te conozco.» Pero el corazón sí le conoce.

Él o ella nos cogen de la mano por primera vez y el recuerdo de ese contacto trasciende el tiempo y sacude cada uno de los átomos de nuestro ser. Nos miran a los ojos y vemos a un alma gemela a través de los siglos. El corazón nos da un vuelco. Se nos pone la piel de gallina. En ese momento todo lo demás pierde importancia.

Puede que no nos reconozcan a pesar de que finalmente nos hayamos encontrado otra vez, aunque nosotros sí sepamos quiénes son. Sentimos el vínculo que nos une. También intuimos las posibilidades, el futuro. En cambio, él o ella no lo ve. Sus temores, su intelecto y sus problemas forman un velo que cubre los ojos de su corazón, y no nos permite que se lo retiremos. Sufrimos y nos lamentamos mientras el individuo en cuestión sigue su camino. Tal es la fragilidad del destino.

La pasión que surge del mutuo reconocimiento supera la intensidad de cualquier erupción volcánica, y se libera una tremenda energía.

Podemos reconocer a nuestra alma gemela de un modo inmediato. Nos invade de repente un sentimiento de familiaridad, sentimos que ya conocemos profundamente a esta persona, a un nivel que rebasa los límites de la conciencia, con una profundidad que normalmente está reservada para los miembros más íntimos de la familia. O incluso más profundamente. De una forma intuitiva, sabemos qué decir y cuál será su reacción. Sentimos una seguridad y una confianza enormes, que no se adquieren en días, semanas o meses.

Pero el reconocimiento se da casi siempre de un modo lento y sutil. La conciencia se ilumina a medida que el velo se va descorriendo. No todo el mundo está preparado para percatarse al instante. Hay que esperar el momento adecuado, y la persona que se da cuenta primero tiene que ser paciente.

Gracias a una mirada, un sueño, un recuerdo o un sentimiento podemos llegar a reconocer a un alma gemela. Sus manos nos rozan o sus labios nos besan, y nuestra alma recobra vida súbitamente.

El contacto que nos despierta tal vez sea el de un hijo, hermano, pariente o amigo íntimo. O puede tratarse de nuestro ser amado que, a través de los siglos; llega a nosotros y nos besa de nuevo para recordarnos que permaneceremos siempre juntos, hasta la eternidad.
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Su mundo es nuestro mundo y su vida es nuestra vida. Lo que sucede es que cuando infundimos nuestra divina conciencia en los cuerpos por cuyo medio hemos de adquirir ciertas experiencias nos identificamos con estos cuerpos y olvidamos lo que somos en realidad.

Entonces, vivimos en función del cuerpo actual y olvidamos el alma…. ¿Negaremos la existencia de algo más trascendental de lo que ya tenemos?... Sabemos que las convicciones sociales pesan bastante, una “pareja adecuada” simplemente por no estar solos, conformidad en la efímera belleza, también en la obtención de placer, de dinero, de poder y otras tantas tentaciones corpóreas… y entonces llega la conformidad pues el vacío es algo normal...

El reencuentro y el reconocimiento de las almas gemelas se darán tarde o temprano. No hay manera de saber cuando ni donde, ni tampoco cómo… Algunas parejas viven en diferentes países, algunas profesan disímiles religiones, tienen distintas clases sociales y comienza la prueba, el universo entero confabulará para el encuentro, pero… ¿la dejaremos ir o la aferraremos con fuerza?…